Tomás,
mi amigo chileno me dijo el domingo:
- Tenéis
que continuar con el blog.
Y
no añadió “huevona” aunque sé que lo pensó. No le valieron ni
mis excusas ni mis cansancios:
- Pero
si escribir es como una terapia, como un grito de desahogo.
Sus
palabras me calaron hondo porque últimamente tengo enormes ganas de
gritar cada vez que veo un informativo, cada vez que voy al banco,
cada vez que voy al cine. Nunca lo hago porque los poderes ocultos me
han convencido de que ello elevaría la prima de riesgo (al menos los
gritos de los indignados, los de los primaverantes árabes y los de
los Occupy
Wall
street parece que lo hacen). Pero he visto que recientemente se ha
vendido El
Grito
de Edvard Munch a una barbaridad de millones de dólares y ya no sé
qué pensar. Así que me fui al tenis a oír a los jueces de línea
cantar “¡out!”. Allí, en la grada del magno torneo, vi al gran
Boris Becker.
Boris
no llevaba tapones en los oídos a pesar de que una vez dijo que las
tenistas tendrían que tener cuidado con esos grititos que pegan
porque parecen estar disfrutando sexualmente con cada raquetazo y
ello y excita a los varones de la grada. Boris que parece no haber
oído los gemidos de Nadal, los gritos de Delpo o los suspiros de
Feliciano López. En fin, Boris que dejó embarazada a una mujer de
una felación, confunde el grito del orgasmo con el grito del kime.
Voy
a mi clase de kárate con la duda: ¿Debo gritar cuando pego? ¿O
debo callar como pretende Boris? El kime es una energía fruto
de la síntesis de fuerza y técnica que a veces se manifiesta en un
grito marcial. Yo si no grito, desde luego no me sale. Como estoy
confundida le pido consejo a mi sensei, que es heredero directo del
verdadero Señor Miyagi.
-
Bolis no entendé que kime
é. Glito guerrelo e manera de salí energía de dómen y producí
kime. Si no glito no kime, si no kime no kalate, no tenis, no mala
leche. Mejó tú apunta a baile salón.
Me
quedé reflexionando sobre estas palabras como si fueran un koan. Y
quizá estos pensamientos metafísicos fueron los culpables de mis
posteriores delirios cinephílicos a la hora del combate. Por primera
vez mientras luchaba no rememoraba escenas de karate
Kid,
ahora revivía gritos cinematógraficos más existenciales y menos
marciales.
Se
me echa mi oponente encima y la esquivo como puedo pero pierdo el
equlibrio y caigo. Estoy en clara desventaja. Veo que los ojos de mi
contraria huelen la victoria. Entonces me levanto como un rayo y
convirtiéndome en Elizabeth Taylor y le grito como una berraca a
Paul Newman: “¡Maggie la Gata está viva!” y lanzo puños y
patadas a diestro y siniestro.
Continúo: “¡A Dios pongo por
testigo que no volveré a pasar hambre!”; “¡Stellaaaaaaaa,
Stellaaaaaa!” Me desgañito tirándome del pelo y rasgándome el
kimono emulando a Marlon en Un
tranvía llamado deseo. Aprovecho
que
mi
oponente
parece atónita y le endiño dos tsukis
que la dejan KO y entonces me convierto en James Cagney: “¡Lo
conseguí mamá, estoy en la cima del mundo!” Chillo, alzo los
brazos y espero la explosión, la ovación y el “The End” de la
pantalla. Entro en éxtasis y me noto afónica. Me interrumpen los
aplausos de mi sensei que avanza hacia mí:
-Tu kime muy
bien, muy bien. Tú tené glito guerrelo.
Le hice una reverencia,
pero me interrumpió alzando en dedo índice amenazante.
-Pero tu concentración
fatá. Tu pensá otla cosa. Tu mente no aquí y ahola como debe está
artista malciá. Mejó tu apunta baile salón.
Mis alaridos perfectos,
mi mente occidental a otra cosa mariposa. Mmmmm, empiezo a sentirme
como Meg Ryan antes del botox. ¿Se referiría
a esto Boris?
¡Me encanta! Y te sigo animando a que centres la atención en el blog, en la terapia escrita, en el kárate y en todo lo que te haga bien, con kime o sin él.
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EliminarEstefania,
ResponderEliminarDarle forma a tus gritos no es gritar, es hacer arte. More please!